21 de febrero de 2013

EL PROBLEMÓN DE LAS PALOMAS DE BARCELONA

Cuando era pequeño mi abuelo tenía la extraña afición de llevarnos a mi hermano Marc y a mi a la Plaça Catalunya a dar de comer a los cientos de palomas que siempre merodean por allí. Nunca entendí donde se albergaba la diversión de tal actividad pues a mi las palomas, ya con sólo 2 añitos, me daban asco y un miedo terrible. Recuerdo que a mi hermano le hacía una tremenda gracia que esos detestables pájaros se le posaran en las manos, brazos, hombros y... ¡hasta en la cabeza!. Para él era una hazaña conseguir que esas ratas con alas comieran de su mano y lo hicieran reposando en su cuerpo.
Todo lo contrario me pasaba a mi. Mi primer objetivo, cuando nos aproximábamos a los alrededores de la plaza y ya intuía sus intenciones, era intentar sacarles la idea de ir a dar comida a las palomas a mi abuelo y hermano. Ya de pequeño utilizaba tácticas de despiste. "¿Y si vamos a las ramblas a dar un paseo?", "Abuelo, tengo pipí". Pero a veces todas estas maniobras de distracción no servían para nada porque el poder plasmar con su cámara de 8 mm la imagen de mi hermano sonriendo rodeado de palomas y yo totalmente poseído por el pánico, para mi abuelo era uno de los placeres más grandes que le había brindado la vida y la cámara de cine que se había comprado para inmortalizar esos momentazos.
No me regocijaré contando las innumerables malas experiencias que tuve con las palomas de la Plaça Catalunya porque seguro que a nadie le interesa mi auto-humillación y tampoco creo que me sirva de terapia porque sigo teniendo el mismo asco y animadversión a esos seres a los quien sabe Dios les dio la vida y yo les daría matarile.
La cuestión de todo esto es que hoy he leído en no sé cual de los periodicos que cada mañana me brindan en el bar dónde tomo mi té, que el Ajuntament de Barcelona va a poner multas a todo aquél que se dedique a alimentar a estos despreciables bichos voladores. Me imagino que esta nueva normativa no será retroactiva, porque si encima de haber tenido que aguantar las visitas al centro de alimentación palomil de la Plaça Catalunya me tiene que llegar una multa por ello, juro que, en breve, de las palomas de Barcelona se hablará en pasado.
Eso si, si la extinción de estas llegara a perpetrarse hay una cosa que me gustaría que quedara como homenaje en las fachadas y monumentos de Barcelona. No, no me refiero a las marcas de sus ácidas y corrosivas excreciones. Hablo de esas bolsas del Caprabo que se hinchan en los días de viento y dan alegría a la calle con su agradable sonido. Esos Cd's a modo de espejo que dibujan círculos de luz en el suelo cuando reflejan la luz solar. Y esas ristras de pinchos de alambre bien colocadas en el borde de una ventana cual pequeña cárcel. Unos métodos de disuasión, de discutible fiabilidad, que emplea muchas gente para librar sus balcones y ventanas de la mierda de las palomas.
Dos palomas entrando en pánico al ver unas efectivas bolsas del Condis como método disuasivo.

El método de los Cds llevado al extremo.

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